Cuando llegué estaba como siempre, sentada en el sofá,
dándole una calada al cigarro. Apenas levantó la mirada al verme, sonrió y me
saludó con un suave "hola".
Le dio otra calada a su cigarro.
No hablé, me senté y me quedé esperando, sin esperar nada.
Respiraba profundamente.
-¿Sabes?-me dijo cortando el silencio. Yo seguía con mis ojos clavados en ella, y
ella seguía mirando su cigarro- Cada uno
tenemos nuestro pasado y…supongo que cada uno tenemos nuestras inseguridades,
nuestras propias debilidades…-respiró hondo y se encendió otro.
Soltó el humo tranquilamente y siguió tras un leve suspiro.
-Somos todos tan diferentes que parece mentira que lo único
que nos una sea el dolor. Que lo que más nos preocupa no es que nos conozcan,
sino conocernos, y sabiendo eso, hacernos ver a los demás. ¿Por qué cada
palabra buena que escuchas te recuerda treinta malas? Y lo más increíble no es
que alguien llegue a odiarnos, odiar es fácil. Lo increíble es que no
concebimos que alguien pueda llegar a querernos.
Que lo más importante para mí no es más que el que no
derriben mis muros. Apenas puedo
imaginar que alguien los salte, menos aún que me quieran teniéndolos bien
altos… A veces pienso que estoy destinada a estar en mi propia jaula, con este
invierno que llevo dentro…
No dije nada, la miré y sonreí. Se que lo decía en voz alta por y para ella, aún así respondí .
-¿Sabes?-hice una pausa- Hay que tener el corazón muy abierto para tener que poner muros tan altos.
-¿Sabes?-hice una pausa- Hay que tener el corazón muy abierto para tener que poner muros tan altos.
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